Un poco de humor nunca está de más. Este texto (en inglés, originalmente) fue escrito por la autora, conocida feminista estadounidense y fundadora de la revista Ms. Magazine, en los años sesenta.
¿Qué ocurriría por ejemplo, si de pronto, por arte de magia, los hombres pudieran tener la menstruación y las mujeres no?La respuesta está clara: la menstruación sería un acontecimiento de hombres totalmente envidiable y del que se podría presumir.Los hombres hablarían del tiempo de duración, y de la cantidad de su período.Los muchachos celebrarían el inicio del período como... ¿ansiada prueba de su masculinidad? con rituales religiosos y fiestas sólo para hombres.El Congreso subvencionaría el Instituto Nacional de la Dismenorrea para combatir las molestias del mes.Compresas y tampones recibirían subvenciones federales por lo que serían gratuitas. (Lo que no implicaría, sin duda, que algunos hombres prefirieran pagar por marcas comerciales de prestigio, como los tampones John Wayne, las compresas a prueba de combas Muhammad Alí).Los militares, los políticos de derechas, y los fundamentalistas de la religión citarían la menstruación (“men” en inglés, significa “hombres”, + “struación”) como prueba de que sólo los hombres pueden servir en el ejército (“debes poder dar tu sangre para tomar la sangre de otros”), ostentar cargos políticos (¿tienen las mujeres la capacidad de ser agresivas cuando les falta este ciclo constante que viene regido por el planeta Marte?), ser sacerdotes o ministros (¿cómo podría una mujer dar su sangre por nuestros pecados?) o rabinos (“sin la pérdida mensual de lo impuro, las mujeres no están limpias”).Los hombres radicales, los políticos de izquierda, los místicos, por su lado, insistirían en que las mujeres son iguales sólo que diferentes, y en que cualquier mujer podría unirse a ellos siempre y cuando estuviera dispuesta a autoinflingirse una herida importante al mes (“debes dar tu sangre por la revolución”), a reconocer la importancia prioritaria de los temas menstruales, o a subordinar su yo a todos los hombres en su Círculo de Ilustración. El hombre de a pie presumiría siempre (“Yo tengo que ponerme tres compresas”) o al contestar un elogio de un compañero (“Qué bien que te veo, chico” chocaría las cinco y diría: “Claro, tío, ¡estoy con el trapito!”). Los programas de televisión tratarían el tema continuamente. También los periódicos. (“Miedo a tiburones amenaza a hombres con período. Juez admite estrés mensual como atenuante de violación”). Y el cine: (Newman y Redford en ¡Hermanos de sangre!).Los hombres convencerían a las mujeres de que hacer el amor es más placentero “justamente en esos días”. Se diría: las lesbianas temen la sangre y por tanto la vida misma, aunque eso será porque nunca se han topado con un verdadero hombre menstruante.Los intelectuales, sin duda, ofrecerían los argumentos más morales y lógicos. ¿Cómo va una mujer a dominar las disciplinas que requieren un sentido del tiempo, del espacio, de las matemáticas o la medida, por ejemplo, si no dispone de ese don innato para la medición de los ciclos de la luna y los planetas y, por ende, para la medición de cualquier cosa?
¿Qué ocurriría por ejemplo, si de pronto, por arte de magia, los hombres pudieran tener la menstruación y las mujeres no?La respuesta está clara: la menstruación sería un acontecimiento de hombres totalmente envidiable y del que se podría presumir.Los hombres hablarían del tiempo de duración, y de la cantidad de su período.Los muchachos celebrarían el inicio del período como... ¿ansiada prueba de su masculinidad? con rituales religiosos y fiestas sólo para hombres.El Congreso subvencionaría el Instituto Nacional de la Dismenorrea para combatir las molestias del mes.Compresas y tampones recibirían subvenciones federales por lo que serían gratuitas. (Lo que no implicaría, sin duda, que algunos hombres prefirieran pagar por marcas comerciales de prestigio, como los tampones John Wayne, las compresas a prueba de combas Muhammad Alí).Los militares, los políticos de derechas, y los fundamentalistas de la religión citarían la menstruación (“men” en inglés, significa “hombres”, + “struación”) como prueba de que sólo los hombres pueden servir en el ejército (“debes poder dar tu sangre para tomar la sangre de otros”), ostentar cargos políticos (¿tienen las mujeres la capacidad de ser agresivas cuando les falta este ciclo constante que viene regido por el planeta Marte?), ser sacerdotes o ministros (¿cómo podría una mujer dar su sangre por nuestros pecados?) o rabinos (“sin la pérdida mensual de lo impuro, las mujeres no están limpias”).Los hombres radicales, los políticos de izquierda, los místicos, por su lado, insistirían en que las mujeres son iguales sólo que diferentes, y en que cualquier mujer podría unirse a ellos siempre y cuando estuviera dispuesta a autoinflingirse una herida importante al mes (“debes dar tu sangre por la revolución”), a reconocer la importancia prioritaria de los temas menstruales, o a subordinar su yo a todos los hombres en su Círculo de Ilustración. El hombre de a pie presumiría siempre (“Yo tengo que ponerme tres compresas”) o al contestar un elogio de un compañero (“Qué bien que te veo, chico” chocaría las cinco y diría: “Claro, tío, ¡estoy con el trapito!”). Los programas de televisión tratarían el tema continuamente. También los periódicos. (“Miedo a tiburones amenaza a hombres con período. Juez admite estrés mensual como atenuante de violación”). Y el cine: (Newman y Redford en ¡Hermanos de sangre!).Los hombres convencerían a las mujeres de que hacer el amor es más placentero “justamente en esos días”. Se diría: las lesbianas temen la sangre y por tanto la vida misma, aunque eso será porque nunca se han topado con un verdadero hombre menstruante.Los intelectuales, sin duda, ofrecerían los argumentos más morales y lógicos. ¿Cómo va una mujer a dominar las disciplinas que requieren un sentido del tiempo, del espacio, de las matemáticas o la medida, por ejemplo, si no dispone de ese don innato para la medición de los ciclos de la luna y los planetas y, por ende, para la medición de cualquier cosa?
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