Domingo de lluvia, domingo en casa. Me di cuenta de que, durante todo el día, estuve rodeado de cosas que me han regalado últimamente. Me siento afortunado. Libros de Horacio Quiroga, Doris Lessing y Mario Benedetti, modelos a escala para armar de la Torre Eiffel y la Torre de Pisa, y muy especialmente, la taza de “El Principito” que me trajeron de México, con la cual el café sabe a estrellas que saben reír. Faltó el rompecabezas. Eso también fue un regalo. Quinientas piezas de frustración, paciencia y confusión. Mi orgullo magullado me impide tomarle una foto. La tomaré cuando lo termine, porque sí, lo voy a terminar, así tenga que limpiar la sangre de mis dedos de las fichas de cartón. Y es que necesito terminarlo. Mi ego lo reclama. Suficiente tengo que me haya retado a mí mismo a cocina pasticho para terminar almorzando una lata de atún. Bueno, al menos agregué otra receta a la - larga - lista de cosas que pueden quemarse por fuera, pero quedar crudas por dentro. Llu...